Santa Rosa (2b) – Los abuelos de Lucio Dupuy, Ramón y Silvia, hablaron a horas de la lectura de sentencia a las imputadas por el infanticidio del pequeño. “Nosotros no veíamos más que su sonrisa sin saber que vivía un infierno”, expresó la abuela, ante la consulta de un medio nacional.
“Lucio era nuestra felicidad. Si nosotros hubiéramos sabido de los golpes, del maltrato, te puedo asegurar que yo no estaría hablando con vos y ellas no estarían vivas. Cuando ustedes lo ven (en las fotos) a Lucio riendo, jugando, era porque él estaba con nosotros. Él era feliz acá, en casa. Nunca jamás nos dio una señal de lo que estaba viviendo con la madre”.
“Acá tenía sus chiches, sus pelotas. Él sabía que venía y tenía su lugar. Nosotros no veíamos más que su sonrisa sin saber que, puertas para adentro, vivía un infierno”, agrega Silvia.
Pese al silencio, la familia paterna peleaba por la tenencia. “Sabíamos de la vida de ella (de Valenti): que se drogaba, que compraba y vendía droga. Creíamos que lo iba a inducir a vender droga en la calle. Ese era nuestro temor, nunca imaginamos este desenlace”, se lamenta Ramón.
“Cuando la madre lo abandonó para irse de mochilera, Lucio tenía 1 año y tres meses. Cuando retorna, tenía cuatro años. No la conocía, no la percibía como su mamá, si no como a una señora. Sin embargo, la jueza Ana Pérez Ballester, sin hacerse eco de lo que nosotros le decíamos. Solo escuchó la campana de la progenitora. Lo hizo llevar a 140 kilómetros de Pico para matarlo”, agrega.
“El día que se lo llevó y no lo devolvió fue desesperante -sigue-. Lo tenía que traer a las siete de la tarde, estábamos en plena pandemia, nunca más volvió”. “Para ella, su hijo era el signo pesos, un beneficio económico, por los subsidios estatales, la cuota alimentaria y la ayuda que le pasábamos nosotros”.
“Nos obligaron a hacer un acuerdo, como si Lucio fuera un coche. Lucio no era un coche era una vida”, resume Ramón y se refiere a los pasos siguientes en la Justicia de Familia: “No lo escucharon, si lo hubieran hecho, hoy estaría vivo”, dice.
“Lucio disfrutaba de todo: de sus primas, de sus autos de juguetes. Nosotros tenemos un carrito pochoclero, vamos a trabajar todos los fines de semana a un parque, lo llevábamos, hay alquiler de cuatriciclos cerquitas y él amaba eso. Disfrutaba de todo, no lo veías en ningún momento triste”, recuerda su abuela.
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